En Arequipa todo es diferente. Desde que uno aterriza lo nota. Es como si el tiempo se detuviera un poco y el aire se aligerara a 2300 metros de altura. La bienvenida con el Misti iluminado que impacta de frente, habla de poder, de fuerza, y también de calidez. Y eso se replica en sus calles empedradas y en su gente; eficiente, alegre y de rápido andar. Aquí les cuento más.
El trayecto del aeropuerto al hotel pasó en una abrir y cerrar de ojos, a pesar de que fueron unos 25 minutos de camino. Y aunque era miércoles, las calles que atravesamos parecían tranquilas, como un domingo cualquiera en Lima. Claro, consideremos que esta ciudad – la segunda más grande del Perú – tiene apenas poco más de un millón de habitantes. Pero su volumen de población nada tiene que ver con la fuerza económica que representa para el país. Y es que Arequipa es igual a prosperidad y a negocios; la mayoría de corte minero – las mineras más importantes del país están acá – pero también hay una industria del turismo bien organizada y que va creciendo proporcionalmente en el tiempo. Los arequipeños tienen muchas razones por las que sentirse orgullosos de su tierra. Eso está muy claro.
Mis recuerdos de la ciudad tienen raíces infantiles, cuando viajé con mi madre – peruana piurana – y mi hermano hace al menos unos quince años. Pero me gustó tanto, que siempre tuve el recuerdo de la vista, de la campiña y del clima seco y fresco. Por eso, al llegar a la entrada del centro histórico sentí como si ya hubiera estado ahí. En esa subida de la calle Ugarte, donde las calles toman otro color y textura por la presencia imponente del sillar – esa piedra de origen volcánico que se arrima al volcán Chachani de donde la rescatan cuando es necesario y la emplean para diversos tipos de construcciones -. Aquí se alza el Casa Andina Premium Arequipa, el hotel superior del grupo en la ciudad blanca. Este es el mayor de tres locales. Aparte de este, tienen el Casa Andina Select Arequipa y el Standard Arequipa, cada uno dirigido a un público específico. Ese es uno de los grandes aciertos del grupo Interbank.
Esta vez tuve la suerte de quedarme en el de la calle Ugarte. Por ubicación, comodidad y por lo especial de su historia; ya que se erige donde fue antaño la Casa de la Moneda, y esos recuerdos se palpan en diferentes muestras de piezas de la época expuestas en el lobby. Aquí hay historia por doquier, y es sin duda una de las casonas más bellas en el área.
Toda la casa es a base de sillar. La blancura y el brillo de sus entradas, de sus salas, de su restaurante y bar y de algunas habitaciones que mantienen el estilo de la época, bien valen la estadía al menos un par de noches. La amplitud del lobby alberga incluso un balcón a lo alto; da la idea de un mini pueblo de antaño, donde te sorprende un arpa criolla en vivo durante el desayuno buffet.
Ese día llegué y no descansé un segundo. Mientras aguardaba por la habitación, fugué a probar una de las consagradas picanterías y me refugié en La Capitana. El clásico rocoto relleno con pastel de papa y una torrejita con zarza criolla más un vaso de chicha de jora, me hicieron la tarde – aunque solo me comiera la mitad, porque más, es abuso -. El precio, S/22, increíble.
De regreso al hotel la caminata era mi mejor aliada; así buscaba el equilibrio entre lo que comía y un poco de ejercicio que a casi 2300 metros de altura, se debe tomar con más calma, aunque por suerte no me afecta. Si acaso, ¡me abre el apetito!
La tarde siguió agitada y empezó con un aperitivo en el Museo del Pisco; un lindo local que hace esquina en la calle Santa Catalina y es de la misma gente que tiene el Museo del Pisco en Cusco. Adam Weintraub es el creador, y Andrés Arbelaez, su mano derecha en Arequipa. Es local, conoce el mercado y tiene buena preparación como sommelier y pisquero apasionado. Aquí el objetivo es conciso y claro: un gran variedad de etiquetas, de diferentes regiones del Perú bien presentadas con una coctelería directa, franca pero a la vez innovadora. Aquí probé un coctel tipo aperitivo con Aperol y vino blanco más pisco Quebranta. Intenso, seco, ideal para abrir el apetito antes del siguiente festín.
A las 9.00 pm me encontraba en el hotel con Javier Tejero, chef ejecutivo del Casa Andina Premium Arequipa en Arequipa. Nos habían reservado una mesa bien especial frente a uno de los ventanales donde provoca sentarse apenas para disfrutar del ambiente, de los cuadros coloridos, de la arquitectura casi redondeada de sus paredes. El restaurante está dispuesto casi como una curva; con unas once mesas dentro y capacidad para unas sesenta personas. Mesas de madera, sillas cómodas y un estilo casual elegante.
Pero mucho ojo; si se acercan a la volada y echan un vistazo al menú como hice yo al llegar, no se dejen sorprender por la reducida cantidad de platos que muestra la carta, ni crean que el estilo es más “internacional”. Javier Tejero y su equipo se han encargado de ponerle el punto local arequipeño a cada cosa. “Mi experiencia luego de graduarme del Cordon Bleu fue pasar poco más de un año en New Orleans, Estados Unidos en la cocina del Ritz Carlton. Y escogí estar allá, sobre todo porque dentro del poco arraigo gastronómico que hay en el país del norte, es en el sur donde se muestra más. Lo intenso del sabor cajun. Ahí me he comido el mejor pollo frito de mi vida!”, me cuenta Javier. Y le creo porque dice que hizo cola por más de una hora.
Luego de esa experiencia Javier tenía decidido que lo suyo era la hotelería. No le movía la aguja estar a cargo de un restaurante independiente. “Me gusta el orden, la organización, tener todo a punto. Así que cuando tuve la oportunidad de dirigir el Casa Andina Premium Arequipa, no lo pensé dos veces”, recuerda.