El desierto de Nasca conserva una larga historia en la que la cerámica, la ingeniería hidráulica y la arquitectura llenaron de vida y color un espacio marcado por las dunas, la riqueza de su mar y la cordillera andina.
El desierto es un medio vivo. En la cima de Cerro Blanco, la montaña de arena que domina la cordillera, vuelan mariposas de colores. De su cumbre, a 2,080 metros sobre el nivel, los amantes del sandboard se lanzan por una pared casi vertical de un kilómetro de longitud. En su parte baja, rodeados de piedras y más arenas, los cactus se levantan desafiando la sequedad de uno de los lugares más áridos del Perú.
Más allá, después de cruzar el desierto hacia el mar, se encuentra San Fernando, una bahía mágica en la que viven nutrias, lobos y pingüinos, los cóndores planean sobre ella, y es el único lugar de la costa peruana en la que es posible observar guanacos. Estos camélidos llegaron de las alturas de los Andes, de lo que es la Reserva Nacional Pampa Galeras, el área protegida que conserva la población más grande de vicuñas, y que se encuentra a 4 mil metros de altura y dos horas de Nasca. Del desierto costeño a la puna andina, de los 500 metros de la costa a los cuatro mil de la sierra, la transición rápida y abrupta que se hace viajando por la Cuesta del Borracho, el curvilíneo tramo de la carretera que une Nasca con el Cusco.
En Pampa Galeras, entre zorros, vicuñas y guanacos, el ichu que cubre su superficie, se vuelve dorado intenso al atardecer como si fuese una especie de desierto cegador, y a la noche el cielo, azul y negro a la vez, es frío y estrellado.
Pirámides, líneas y dunas
El desierto es un medio vivo también, porque la cultura que lo pobló hace unos dos mil años, creó canales y acueductos que recogen las aguas de los Andes, y así domesticar lo estéril y crear campos de cultivo y ciudades que soportaron a miles de personas. Como Cahuachi una ciudadela de 24 km2 formada por 32 pirámides, casi todas cubiertas de arena, que fue el epicentro de una de las culturas más fascinantes que ha tenido el país. Y muestra de ello son sus geoglifos, líneas que representan animales, personajes y geometrías como símbolos propiciatorios y calendarios en sus rituales agrícolas y en torno al agua.
Un agua que siempre ha faltado pero que los nascas supieron obtener de las montañas que están más arriba. Los canales y acueductos, como los de Cantalloc, se siguen utilizando hoy. Fuentes de agua que ni en las épocas más secas dejaron de fluir. Dicen los arqueólogos que 15 siglos atrás Nasca disponía de más cantidad y disponibilidad de agua de la que tiene hoy la ciudad. Fueron construidos con cantos rodados y vigas de huarango, y tienen accesos en forma de espiral que conducen a su interior.
Usaca y Cerro Marcha son dos desiertos que rodean a la ciudad de Nasca. Al primero se llega en una hora, al segundo en unas cinco en camionetas cuatro por cuatro. En ellos se conservan las dunas más bellas, las que forman siluetas y texturas enigmáticas contra el cielo, por donde bajan areneros en pendientes imposibles, y donde también vuelan mariposas que no se sabe de dónde vienen, y corren zorros, y viven árboles retorcidos y milenarios como los huarangos, y los cactus siguen desafiando las arenas. Haciendo de estos desiertos, del desierto en general, un lugar donde la vida también se manifiesta como mejor sabe hacerlo.